lunes, 20 de abril de 2009

EL VIAJE INTERIOR...


La tradición judía

Para terminar este paseo por dicha tradición, veamos dos historias hassídicas que en sí mismas son dos meditaciones:

¿Dónde te encuentras?

Cuando, por instigación de los enemigos del movimiento hassídico, el rabí Shnëur Zalman de Ljosna se hallaba encarcelado en la fortaleza San Pedro-San Pablo de Petesburgo, el jefe de la guardia fue un día a visitarlo a su celda.-
Profundamente impresionado por la gran dignidad que emanaba del rabino, el oficial lo interrogó acerca de toda clase de preguntas que se le habían planteado en el curso de su lectura de la Biblia. Finalmente le preguntó:
-¿Cómo debe interpretarse la afirmación de la Escritua según la cual Dios, que todo lo sabe, habría no obstante preguntado a Adán (Gen. III, 10) "¿Dónde te encuentras?".-
-¿Creéis -le preguntó el rabino-, que la Escritura posee un valor eterno y que sus palabras pueden concernir a cada hombre en particular?
-Lo creo -respondió el oficial.-
-Pues bien -replicó el rabino-, en cada época Dios llama a cualquier hombre para decirle: "En mi mundo, ¿dónde te encuentras? ¡Tantos días, tantos años se han contado y han pasado sobre tí! ¿Dónde te encuentras y qué has hecho tú?". De este modo, Dios te dice a tí: "Has vivido cuarenta y seis años: ¿dónde te encuentras?".-

La plegaria

Una tarde de Kippur, tras la plegaria, el Ba'al shem estaba sentado a la mesa con sus discípulos. De repente, exclamó:
-¡Decid a Alexei -que era el nombre de su cochero- que enganche los caballos!.-
Llevando consigo a su discípulo preferido, el rabí Nahman de Kossow, subió al coche y dió orden de conducirlo hasta una aldea lejana.-
Una vez llegado a destino, se dirigió a la posada, y cuando el posadero se presentó para preguntar a sus inesperados huéspedes en qué podía servirles, el Besht lo interrogó inmediatamente:
-¡Cómo has hecho la plegaria del santo día de Kippur?.-
El posadero fue presa de un temor reverencial. Debió aguardar un momento antes de poder responder, balbuceando:
-Santo rabino, bien sabéis que en este día temible me he cargado de un terrible pecado, ¡desdichado hombre soy! Pero creedme, rabino, no he hecho ceder sino a la tentación, y seguramente Satanás es el responsable de mi desgracia.-
Entonces el Besht le dijo:
-Cuéntame como han sucedido las cosas.-
-Ayer -comenzó el posadero-, con mi mujer y mis hijos, nos pusimos en marcha para celebrar el santo día en la ciudad, y rezar allí con la comunidad. De repente, recordé que había olvidado cerrar la bodega. Temiendo que el no judío al que había confiado el cuidado de la casa se aprovechara de ello para convidarse, di media vuelta, en tanto que mi familia continuaba el viaje.-
Apenas había entrado en la casa cuando un mensajero se presentó para pedirme algunas botellas que precisaba, decía, para una fiestecilla en el castillo. Le dí, pues, lo que quería. Entre tanto, otros clientes habían llegado. Como aún era de día, todavía pensaba poder llegar a la ciudad antes del atardecer. Pero los clientes se sucedían sin interrupción. Cuando por fin ya no hubo nadie en la posada, y quise cerrar la bodega, percibí, con terror, que la noche había caído y que por tanto ya no me era posible partir. ¿Qué hacer? me pregunté. Me retiré entonces a un pequeño cuarto de la casa a fin de abrir mi corazón ante Dios. Porque, me dije, el todo lo sabe y perdonará mi pecado. No obstante, no conseguí hallar un libro de oraciones. Mi mujer y mis hijos se los había llevado a todos. Entonces me eché a llorar a lágrima viva ante Dios, diciéndole: "Señor del universo, tu vés como mi corazón está agobiado puesto que, en este santo día, no puedo unirme a la comunidad para rezar con ella. ¡Ni siquiera tengo un ritual del que servirme! ¡Y tampoco conozco las oraciones de memoria! Pero ahora sé lo que voy a hacer, la única cosa que está en mis manos: voy a ponerme a repetir el alfabeto, con cuerpo y alma, como el niño que aún no sabe leer. ¡Y Tú, oh Dios! Tú te encargarás de reunir las letras para componer con ellas las palabras de mis plegarias". Yo os pregunto, santo rabino, ¿qué otra cosa podía hacer?.-
Entonces, el Ba'al shem posó su mano en el hombro del mortificado posadero, y le dijo:
-¡Desde hace mucho tiempo no había subido al cielo una plegaria tan santa y ferviente! Puedes estar seguro de ello: ¡Dios se ha regocijado con tu plegaria!

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