La meditación de San Bernardo
"El verbo ha venido a mí (insensato soy al decir estas cosas), y ha venido muchas veces. Aunque me haya visitado a menudo, no he sentido el momento preciso en que ha llegado. Mas he sentido, lo recuerdo, que estaba allí. A veces he podido presentir su llegada, pero jamás sentir su entrada ni su salida... Y no obstante he sabido que era verdad lo que había leído, o sea que en él vivimos, nos movemos y somos. ¡Dichoso aquél en quien habita, que vive para él y por él es movido! Pero, ya que sus vías son impenetrables, me preguntáis cómo he podido conocer su presencia. Dado que está lleno de vida y energía, tan pronto se presenta despierta mi alma adormecida; conmueve, ablanda, hiere mi corazón, duro como la piedra y muy enfermo; se pone a arrancar y destruir, a edificar y a plantar, a irrigar lo que es árido, a alumbrar lo que es oscuro, a abrir lo que está cerrado, a calentar lo que está frío, a enderezar lo tortuoso, a allanar lo escabroso, de suerte que mi alma bendice al Señor y todas mis energías loan su santo nombre. Así pues, al entrar en mí, el divino Esposo no deja sentir su llegada por signos exteriores, por el ruido de su voz o de sus pasos; no es por presencia, sino, como ya os lo he dicho, en el movimiento de mi corazón, al experimentar el horror al pecado y a las afecciones carnales reconozco el poder de su gracia; al descubrir y detestar mis faltas encubiertas admiro la profundidad de su sabiduría; al reformar mi vida observo su bondad y su dulzura, y la renovación interior que da como fruto me hace percibir su incomparable belleza. De este modo el alma que contempla el Verbo siente a la vez su presencia y su acción santificadora".-
Bossuet
"Es preciso acostumbrarme a nutrir mi alma con una simple y amorosa mirada a Dios y a Jesucristo Nuestro Señor; y para ello, ha de separársela dulcemente del razonamiento, del discurso y de la multitud de afectos, para mantenerla en la sencillez, el respeto y la atención, y aproximarse así más y más a Dios, su primer principio y su último fin... La meditación es muy buena en su momento, y muy útil en el comienzo de la vida espiritual; pero no hay que detenerse en ella, puesto que el alma, por su fidelidad para mortificarse y recogerse, recibe de ordinario una oración más pura y más íntima, que podemos llamar de sencillez, y que consiste en una simple vista, mirada o atención amorosa hacia sí, hacia algún objeto divino, ya sea Dios en sí mismo o algunos de sus misterios, o algunas otras verdades cristianas.-
Abandonando pues el razonamiento, el alma se sirve de una dulce contemplación que la mantiene serena, atenta y susceptible de las operaciones e impresiones divinas que el Espíritu Santo le comunica: poco hace y mucho recibe; su trabajo es apacible, y sin embargo más fructífero; y, como se aproxima de más cerca a la fuente de toda luz, de toda gracia y de toda virtud, con ello se dilata más aún".-
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