martes, 28 de abril de 2009

EL VIAJE INTERIOR...

La Vía de la Perfección

Bahrám Eláhi dijo también que el discípulo de la Vía sabe mantener el equilibrio entre su alma y su cuerpo.-
Se puede comparar el alma angélica a un viajero que debe recorrer una distancia muy larga y peligrosa, y cuyo único medio es su cuerpo, sin el cual no puede efectuar ese viaje. Desde el punto de vista de las relaciones entre el alma y su montura, los hombres se dividen en tres categorías extremas:
-La montura, potente y mañosa, no obedece a su jinete y obra a su antojo. Es el caso de los que son esclavos de su nafs, y que para adquirir el poder material y satisfacer sus deseos carnales, no retroceden ante nada. Estos olvidan a Dios; en realidad, son animales con apariencia humana.-
-La montura es poderosa pero dócil; es el caso de un nafs sometido por el método justo. El jinete guía su cabalgadura por el camino recto, avanza más que de prisa, y tiene todas las probabilidades de alcanzar el fin.-
-La montura se ha vuelto tan débil y enferma que ya no tiene fuerzas para avanzar. Es el caso de quienes se someten, sin un guía calificado, a mortificaciones desacertadas por objetos desprovistos de verdadero valor espiritual. De este modo anestesian los deseos de su sí imperioso, sin llegar a controlarlos. Esto no los hace avanzar en el camino y abandonan este mundo sin llevar nada consigo.-
La mortificación no es un medio de lucha contra el nafs, sino más bien una forma de plegaria. La ascesis excesiva actúa sobre el nafs como un somnífero: tan pronto como su efecto se disipa, el nafs se despierta exacerbado y más violento que antes. Si la mortificación no es ordenada por un verdadero maestro, sino realizada por propia iniciativa, es muy peligrosa para el alma.-
Muchas técnicas ascéticas provienen de una interpretación ingenua de los fenómenos espirituales. Se ha imitado el comportamiento de los santos sin comprenderlo, del mismo modo que si uno se fabricara un par de alas para echarse a volar. Por ejemplo, en la etapa de la contemplación de Dios, uno está tan abismado que no puede moverse o hablar en absoluto. Algunos han concluido de esto que haciendo un voto de silencio, o permaneciendo inmóviles, se aproximarán a Dios; de hecho, las más de las veces obtienen el efecto inverso. Lo propio sucede con las danzas esotéricas generalizadas en ciertas escuelas: bajo el efecto del éxtasis, la embriaguez divina es en ocasiones tan fuerte que uno ya no puede estarse quieto; se está entonces tan ardiente que el propio fuego parece refrescante. Pero así como no se entrará en éxtasis arrojándose al fuego, la danza no nos hará ver a Dios.-
Una ascesis corriente es la abstinencia total de carne. Si se desea o se siente necesidad de carne, no hay ningún inconveniente en ello; por el contrario, ser vegetarianos por un ideal espiritual es un error muy grave y hasta perjudicial.-
Desde el punto de vista espiritual, la era de las mortificaciones ha concluido, y en lo sucesivo el hombre debe someter su sí imperioso por la fuerza de voluntad y la inteligencia. Por otra parte, la verdadera mortificación es interior: consiste en controlar el pensamiento, la vista, el oído, la lengua...
Tan sólo cuando el hombre se conoce a sí mismo adquiere la aptitud de conocer a Dios. Luego que se conoce a sí mismo, necesariamente acude a su espíritu esta pregunta: "¿Quién ha creado este 'sí'?". Entonces entra en la etapa del conocimiento de Dios.-
Se sabe descubrir a Dios en uno mismo, pues cada uno de nosotros es una párticula divina. Al penetrar en nosotros, descubrimos párticulas divinas, y a medida que nos introducimos más profundamente, hallamos el reflejo de la Esencia Única. En tanto no hemos encontrado a Dios en nosotros mismos, no debemos esperar descubrirlo en otra parte. Es verdad que Dios está en todas partes, pero hay que saber reconocerlo. Tan pronto como el discípulo, en lo más recóndito de sí mismo, ha abierto los ojos, lo reconoce bajo todas Sus Formas, y conoce entonces su Vali. Su manifestación humana. El Vali establecerá pues contacto con él, y lo tomará en sus manos.-
En la etapa del conocimiento de Dios, ma'refat, los velos que oscurecen la visión interior del adepto, caen uno tras otro hasta llegar al estado de Perfección absoluta:
-Cuando cae el primer velo, el adepto se siente tan extático e inmerso en la luz divina que no percibe distancia entre él y Dios. Pero no tiene la certeza de que lo que percibe sea la Verdad.-
-Cuando cae el segundo velo, le es preciso alejar de sí toda falsa imagen o superstición, para poder comprender la evidencia y la Verdad. Adquiere la certidumbre de lo que ha sentido tras la caída del primer velo, pero en ese estado, aún experimenta el sentimiento de su 'sí' (ve a Dios y ve al 'sí').-
-Cuando cae el tercer velo, el éxtasis es tal que olvida el "sí" y no siente sino a Dios. Ya no se ve a sí mismo, de modo que si lo martirizaran, no sentiría nada, cual si se tratara de otro.-
-El cuarto velo cae, y él está hasta tal punto absorto en Dios que ya no ve más que la Unicidad. Es en ese momento en el que algunos santos exclamaban: "Yo soy Dios".-
-Cuando el último velo desaparece, así como el sol naciente ilumina el espacio, el discípulo es inundado por la luz del Uno. Su substancia se transforma y cual gota de agua, se incorpora al océano de Dios. Su voluntad se vuelve la de Dios.-

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