El Buda y sus preceptos
En el siglo sexto antes de nuestra era, Un sabio, Sakyamuni, más conocido bajo el nombre de Buda, el Despierto (también será llamado Siddharta: "Aquél que ha alcanzado su fin" y Gautama: "el Mejor de los bóvidos", por referencia a la vaca, sagrada en la India), fundó sobre su experiencia mística una de las más poderosas religiones del mundo. La leyenda dice que habiendo nacido en un clan aristocrático, llevó una vida indolente hasta los veintinueve años; pero un día, tuvo la revelación del sufrimiento del mundo y se dio cuenta que la tristeza, las enfermedades, la vejez y la muerte son el destino común de la humanidad. El encuentro con un asceta, un brahman, le trajo una revelación sobre la posibilidad de una búsqueda interior, que tal vez fuera una puerta para la emancipación de todo dolor. Dejó su palacio de noche, "abandonando su hogar, por una vida sin hogar", cambió sus vestidos por andrajos cosidos entre sí y teñidos de ocre, cortó su cabellera y cogió el bastón de peregrino. Durante años escuchó a muchos maestros, aprendió diversas técnicas yogas, pasó semanas macerándose y ayunando. Pero nada de todo aquello le reportó la liberación esperada. Con el cuerpo extenuado por los tormentos que se había impuesto, decidió sentarse bajo una higuera, en posición de loto, sobre un almohadón de hojas, y no moverse más de allí hasta que lograra la iluminación, aunque debiera morir en aquel sitio. Bajo este árbol, llamado luego "de la Bodhi" (la ciencia radical), en una sublime intuición, su espíritu y su cuerpo conocieron el alfa y el omega del universo, el ciclo de los nacimientos y las muertes, sus existencias pasadas, la complejidad del misterio cósmico, la creación de los mundos; descubrió que la materia está formada de vacío, que el tiempo es infinito pero que los ciclos existen; vio la muerte engendrando la vida como la oscuridad engendra la luz y viceversa. El reino de la naturaleza y sus leyes surgieron ante él, así como la evasión del hombre en relación a su ser verdadero: al buscar honores y placeres, no hace más que precipitarse en el sufrimiento y crea el karma, el destino que lo encadena.-
Durante siete semanas, se ha escrito, el que acababa de convertirse en el Buda permaneció así meditando, cuerpo y mente aquietados, perfectamente detenidos. Al cabo de esos cuarenta y nueve días, decidió transmitir a la humanidad lo que había descubierto. Comenzó a difundir su enseñanza revolucionaria en el parque de las Gacelas, junto a Benarés, donde los discípulos se juntaron cada vez en mayor número. A lo largo de varias decenas de años de peregrinaciones y discipulado se constituirá una poderosa comunidad religiosa (sangha) en torno a este ejemplo viviente y este mensaje de libertad, que, aún hoy, conserva su frescura original.-
Esta medicina del ser se funda en una doctrina y una práctica cuyo primer enunciado es "sarvam Durkham", que habitualmente se traduce por "todo es dolor" pero que más precisamente significa que en el fondo de todo reinan el malestar y la inestabilidad, la decepción y la ilusión. El deseo finalmente siempre es burlado, aún cuando se le conceda lo que pide, la dicha como el placer sólo duran instantes, todo pasa, todo cambia, no se puede contar con ninguna permanencia, con nada.-
Los seres humanos siempre sueñan con afirmar su vida en una ilusoria caparazón de seguridad y egoísmo, pero de hecho, sus fantasmas velan la realidad. Desde el nacimiento hasta la muerte, la existencia pasa como un sueño, de necesidad, en busca de un placer absoluto que se oculta permanentemente; la sed de perdurar es insaciable e inútil, puesto que al final del camino se halla la muerte. Pero el Buda enseña que uno puede romper el círculo vicioso de la alienación y la ceguedad. Y para ello hay que cambiar ante todo nuestra conducta con la rectitud de nuestras acciones; por medio del discernimiento (prajna) que lleva a rectificar nuestros puntos de vista egoístas y nuestras limitadas concepciones; asimismo por la moralidad, que exige palabras, acciones y medios de existencia justos; finalmente por la concentración o disciplina mental, que trae aparejado esfuerzo, atención y memoria precisas, y poder de recogimiento.-
Con estas ocho reglas de vida, se puede cortar el encadenamiento sin fin de las causas y efectos, cortar el karma nefasto, liberarnos de las cadenas del destino egoísta. Esta sabiduría está al alcance de todo el mundo funda la doctrina budista. No hay ninguna cosmología en el origen, ningún dios remoto que venerar: la naturaleza de Buda se halla en cada uno, a nosotros nos corresponde saber realizarla.-
Aquí y ahora, pues cada instante, si es vivido plenamente, abarca la eternidad:
"Cuando esto aparece, aquello es;
Si esto aparece, aquello aparece;
Cuando esto no es, aquello no es;
Cuando esto cesa, aquello cesa".-
Pero el ser humano se deja encadenar por una serie de factores sucesivos, donde cada uno condiciona al siguiente: la ignorancia produce tendencias que ocasionan la concepción de la conciencia de donde provienen el compuesto psicosomático y sus cinco sentidos, y la mente, quienes hacen posible el contacto con el mundo y sus objetos, las sensaciones, la afectividad, y por tanto la sed de los objetos, sensaciones e ideas, la cual trae aparejada el deseo de apropiación y el ego. Todo ello crea el devenir, nacimiento, años y muerte.-
Para aclarar nuestra visión de esta realidad y saber caminar por la vía de la abolición del egoísmo y el sufrimiento, no bastan los votos piadosos: a ellos hay que agregar actos, prácticas. El Buda elaboró un sistema preciso y estricto de observancias y afecciones, la mente, ese caballo loco, y a descubrir nuestro ego, ese yo ilusorio fabricado de múltiples piezas, fuente de todas las aflicciones y que oculta la claridad de nuestro ser profundo.-
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