Porque cultiva el silencio, el hombre sabio percibe sonidos puros.
Porque cultiva el ruido, el hombre necio sólo oye sonidos perturbados.
En el hombre sabio, el silencio es sagrado. Por eso su voz es la sutil resonancia de su Alma.
Para el hombre necio, el silencio es pavoroso. Por eso nunca aquieta su mente. Así, se niega las bellezas de su Espíritu.
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